Manuel
Diego Sánchez, carmelita descalzo
No es difícil el
adivinar y precisar la vivencia eucarística de Teresa de Jesús, incluso el
tener motivos para considerarla modelo y
patrona de quienes dentro de la Iglesia se comprometen a esa oración de
adoración eucarística como un servicio importante y hasta una vocación que
requiere exigencia, respuesta a la llamada de Jesús, constancia y
perseverancia. Ella se hubiera sentido muy a gusto a vuestro lado y sería la
más firme defensora de esto que hacéis y que desde fuera parece inútil,
atrasado (mejor sería asistir o visitar enfermos…), y que sin embargo, no
haciéndolo, no teniéndolo ahí habitualmente, a esa comunidad, a esa parroquia
le faltaría algo esencial, porque la Iglesia de Jesús es una comunidad que
anuncia, que celebra, que cura, que sana, que ejerce la caridad, que está del
lado de los más pobres, pero también (y no de vez en cuando) que ora y adora el
misterio eucarístico, centro de la vida cristiana; que sabe perder tiempo y
emplearlo en el sólo estar junto al Señor, sin más justificación que esa, estar
cabe él.
Fuentes
para conocer la experiencia eucarística teresiana
La experiencia eucarística de Teresa la constataron
cuantos vivieron a su lado, y así lo dicen; una de las preguntas hechas a los
testigos en el proceso de beatificación era precisamente ésta, la de su
devoción eucarística. Y en las dos primeras biografías que se escriben, la del
jesuita Francisco Ribera (1590) y la de Tomás de Jesús – Diego de Yepes (1606),
se dedican capítulos específicos al tema. Porque llamaba mucho la atención el
modo cómo se acercaba a la Eucaristía, cómo participaba, cómo comulgaba, cómo
daba gracias…
Y pasando a su obra escrita,
los últimos capítulos de la Autobiografía
son fundamentales para el tema; el libro de las Fundaciones; Camino de
perfección donde comenta las palabras del Padre nuestro: Danos, hoy, el pan de cada día, en clave
directamente eucarística. Son estos capítulos de Camino como el ‘tratado eucarístico’ de Teresa. Y esos textos
íntimos, para sí y para el confesor, están llenos de situaciones eucarísticas
interesantísimas (me refiero a las Cuentas
de conciencia) donde descubrimos los frutos de la Eucaristía, de la
comunión en su espíritu. Y no sé si lo sabéis, tenemos además una obrita que
recoge sus acciones de gracias después de haber comulgado, algo insólito dentro
de la literatura cristiana, es decir el registrar la oración después de
comulgar pensando que puede ser útil a los demás: son las Exclamaciones del alma a Dios, que muchos especialistas dicen son
como la Plegaria eucarística de Teresa.
Podemos concluir este repaso diciendo que no es
difícil llegar a la experiencia eucarística misma de Teresa, y no sólo a través
de los otros, lo que dicen de ella, sino también a través de ella misma.
Precisando algunos datos
*Desde un punto de vista técnico ella nunca usa la
palabra Eucaristía, sino más bien la de Sacramento
(104 veces), Santísimo sacramento;
también el pan, las especies eucarísticas… (consultar las
Concordancias de las obras de santa Teresa).
*También recordar que no habla tanto de la Misa como
celebración (lo que a nosotros nos
gusta tanto y tenemos razón), sino más bien de los resultados de la comunión eucarística que para ella es lo
principal. Es deudora de un tiempo poco sensible a la liturgia, aunque en esto era
una excepción, una mujer muy sensible a todo el mundo sacramental, y esto le
venía necesariamente de su profunda experiencia mística.
El protestantismo y sus
consecuencias eucarísticas
Para darnos cuenta de la importancia de la
Eucaristía en la vida y obra, el punto de partida tiene que ser lo que ocurre
con la reforma protestante en su tiempo, y que a ella le llegan noticias de
iglesias destruidas, sagrarios quitados, porque Lutero no cree en la presencia
eucarística fuera de la celebración. Son noticias de los abusos litúrgicos, las
profanaciones eucarísticas y las exageraciones que cometían los protestantes;
ella reacciona con mucho dolor tratando de responder desde su condición de
monja de clausura. Es la situación de la Iglesia del tiempo que no le resulta
extraña. Nos dice:
“En este tiempo vinieron
a mi noticia los daños de Francia y el estrago que habían hecho estos luteranos
y cuanto iba en crecimiento esta desventurada secta. Dióme gran fatiga, y como
si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba con el Señor y le suplicaba remediase
tanto mal. Parecíame que mil vidas pusiera yo para remedio de un alma de las
muchas que allí se perdían… determiné a hacer eso poquito que era en mí, que es
seguir los consejos evangélicos con toda la perfección que yo pudiese” (Camino 1,2).
Parecerá
mentira o exagerado, pero fueron los abusos eucarísticos de los protestantes
los que le movieron a hacer esa reforma de vida y emprender un nuevo estilo de
convento. Comenzando por San José de Ávila (1562). Por lo que algunos
estudiosos dicen que la suya no fue solo una reforma de vida religiosa, sino
además una reforma litúrgica o eucarística, porque la entiende de manera que se
pueda contrarrestar el daño protestante, precisamente en esa vertiente
sacramental.
Y
así lo vivía y sentía en cada fundación nueva que inauguraba: Porque para mí es grandísimo consuelo ver
una iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento (Fundaciones 3,10).
“A lo que ahora me
acuerdo, nunca dejé fundación por miedo del trabajo, aunque de los caminos, en
especial largos, sentía gran contradicción. Mas en comezándolos a andar, me
parecía poco, viendo en servicio de quien se hacía, y considerando que en
aquella casa se había de alabar al Señor y haber Santísimo Sacramento. Esto es
particular consuelo para mí, ver una iglesia más, cuando me acuerdo de las
muchas que quitan los luteranos” (Fundaciones 18,5).
Está
claro que orienta su obra de fundadora y reformadora como un plan de choque
contra el avance protestante. Frente a la reforma eclesial propugnada por
Lutero (que así lo veía y propugnaba), ella organiza su propio plan de reforma,
comenzando desde ella misma (personalmente) y desde los grupitos de cada
monasterio, como una iglesia de retaguardia que, en oración, ayudasen y
sosteniesen a los grandes defensores y predicadores de la Iglesia.
Ya
vemos entonces que el punto de arranque de su obra es la Eucaristía y el misterio de la
unidad de la Iglesia.
Cuando
hace la segunda fundación (agosto 1567), la de Medina del Campo, la ciudad de
las ferias, del dinero y del intercambio bancario, le ocurrió una cosa muy
curiosa en lo relativo a la iglesia provisoria donde coloca el Santísimo
Sacramento. Preparada rápidamente y de noche, a oscuras, no se dieron cuenta de
la precariedad del lugar y de la poca decencia que tenía para reservar la
Eucaristía. No sólo eso, Medina era lugar de intercambio, de paso de personas
del extranjero, incluso de tantos protestantes y herejes, y le entra miedo. Nos
lo dice así:
“Yo
estaba hasta esto muy contenta, porque para mí es grandísimo consuelo ver una
iglesia más adonde haya Santísimo Sacramento; mas poco me duró. Porque, como se
acabó la misa, llegué por un poquito de una ventana a mirar el patio, y vi
todas las paredes por algunas partes en el suelo, que para remediarlo era
menester muchos días. ¡Oh, válgame Dios! Cuando yo vi a su Majestad puesto en
la calle, en tiempo tan peligroso como ahora estamos por estos luteranos, ¡qué
fue la congoja que vino a mi corazón!” (Fundaciones 3,10).
Ella organiza la vela en torno al Santísimo
día y noche, paga incluso algunos hombres para que hagan esa vigilancia
nocturna, hasta que se pudiera hacer obra en aquel portal y dejarlo más seguro.
Dice ella misma: … aunque siempre dejaba
hombres que velasen el Santísimo Sacramento, estaba con cuidado si se dormían;
y así me levantaba a mirarlo de noche por una ventana , que hacía muy clara
luna, y podíalo bien ver (Fundaciones 3,13). Sin embargo la impresión
negativa de ella estaba compensada por la opinión de la gente, que aquella
capilla improvisada les causaba devoción y así les parecía estaba otra vez el
Señor en el portal de Belén.
*Podrá ser una
coincidencia, pero ya vemos que Santa Teresa, al menos en esta ocasión, hizo su vela nocturna y en aquella fundación
medinense se puso por obra un cierto estilo de adoración eucarística. Por
cierto, que todavía se conserva en el muro del primitivo convento la ventanilla
desde donde ella vigilaba (hoy se puede visitar). No quiero decir que en ese
percance medinense comenzase la Adoración nocturna (sabemos es una institución del
siglo XIX), pero es un motivo interesante que valora vuestra tarea y os hace
comulgar y sentir en esa preocupación eucarística que tenía santa Teresa.
Una vida mística desde
la Eucaristía
Para ella (es algo que
llama la atención), hasta que no se ponía el Santísimo Sacramento, no quedaba
inaugurada la fundación. Para que veamos la importancia que daba a la primera Eucaristía
celebrada en el convento.
No
me resisto a contaros aquella comunión eucarística del Domingo de Ramos de 1571
en Salamanca, cuando ella tenía una costumbre curiosa, ingenua pero evangélica,
y era la de dar la comida a un pobre, porque le parecía se portaron muy mal con
él los judíos después de una entrada tan solemne en Jerusalén, que se olvidaron
de darle de comer, y se tuvo que ir a Betania a casa de Lázaro y de Marta y
María. Tuvo una experiencia mística intensa, incluso somática, es decir, con
repercusión en el cuerpo, y esto ocurrió al momento de la comunión:
“El día de Ramos,
acabando de comulgar, quedé con gran suspensión, de manera que aún no podía
pasar la forma, y teniéndomela en la boca, verdaderamente me pareció, cuando
torné un poco en mí, que toda la boca se me había henchido de sangre. Y
parecíame estar también el rostro y toda yo cubierta de ella, como que entonces
acabara de derramarla el Señor. Me parece estaba caliente, y era excesiva la
suavidad que entonces sentía, y díjome el Señor: Hija, yo quiero que mi
sangre te aproveche, y no hayas miedo que te falte mi misericordia. Yo lo
derramé con muchos dolores, y gózaslo tú con gran deleite, como ves; bien te
pago el convite que me hacías este día.
Esto dijo porque hace más de treinta años que yo
comulgaba este día, si podía, y procuraba aparejar mi alma para hospedar al
Señor; porque me parecía mucha la crueldad que hicieron los judíos, después de
tan gran recibimiento, dejarle ir a comer tan lejos; y hacía yo cuenta de que
se quedase conmigo –y harto en mala posada, según ahora veo–. Y así hacía unas
consideraciones bobas, y debíalas admitir el Señor; porque ésta es de las
visiones que yo tengo por muy ciertas; y así para la comunión me ha quedado
aprovechamiento”.
El texto citado es una
magnífica descripción de lo que sucede en cada comunión eucarística, en la de
cualquier cristiano, no sólo a santa Teresa; solamente que a ella se le ha dado
la comprensión y la percepción en profundidad de lo que produce el cuerpo y la
sangre de Cristo sacramental en nuestra personalidad. Muy interesante la
descripción somática que da: la boca llena de sangre, ésta caliente como recién
vertida o derramada, la extensión o cubrimiento por todo el rostro y cuerpo del
comulgante de toda la sangre de Cristo… Esto viene a ser como la posibilidad
única que tenemos de acercarnos y vivir en proximidad la redención de Cristo, como que entonces acabara de derramarla el
Señor; por lo que oye en su interior aquellas palabras: quiero que mi sangre te aproveche. Yo creo que esto es el mejor comentario a
aquel texto paulino: “cada vez que coméis este pan y bebéis este vino, anunciáis
la muerte del Señor hasta que vuelva” (1Cor 11,26). Es que pudiéramos decir referirlo
a aquello mismo que dijo Cristo en la institución eucarística: esta es mi sangre derramada por vosotros.
Ese “derramada por vosotros”, como si de forma personal e individual lo
percibiera para sí y en su vida.
Atención a la lectura e
interpretación que podemos dar: no es que realmente la boca se le llenara de
sangre. No. Es en la imaginación donde entiende este fenómeno, por eso ella
repite: me pareció, sucedió como si,
parecíame … Ella misma matiza e interpreta el hecho. Aunque sucedió a nivel
interior, imaginativo, sin embargo fue tan real, tan eficaz, que todo su cuerpo
y su personalidad se estremecen porque percibe la actualidad del sacrificio de
Cristo, también hoy, también para mí.
Yo creo que esto sería
lo que ella en otro lugar dice referido a Cristo: “mirarle con los ojos del
alma”, desde la verdad de Dios y desde dentro de nosotros mismos, de forma que sólo
así se nos revela toda la potencia y fuerza del sacramento, su capacidad
conmemorativa que no es sólo la de recordar subjetivamente, sino más bien hacer
presente aquí y ahora su salvación. Por eso, dice que “merezcamos recibir el nuestro pan celestial de manera que, ya que los
ojos del cuerpo no se pueden deleitar en mirarle por estar tan encubierto, se
descubra a los del alma…” (Camino 34,5).
Teresa llama la
atención sobre el mirar al Señor y a nosotros mismos para darnos cuenta de lo
que el sacramento eucarístico oculta
(es misterio) y, al mismo tiempo, revela,
si prestamos atención y lo miramos desde los ojos de la fe. Ya se da cuenta
ella misma de lo que nos estorba el cuerpo para llegar a la profundidad del
misterio de la fe: “Importa saber cómo es
esto, porque hay grandes secretos en lo interior cuando se comulga. Es lástima
que estos cuerpos no nos lo dejan gozar” (Cuenta de conciencia 43). No es que
defienda la oposición cuerpo y alma, cuanto más bien la poca diafanidad de
nuestro ser; no hay –por el pecado- esa trasparencia entre cuerpo y alma (lo
exterior debería coincidir y dejar ver lo interior).
La Eucaristía que nos
asegura de la cercanía y presencia de Jesús a nosotros y es el fundamento de la
oración cristiana
Pero todavía nos enseña Teresa algo no menos
importante para nuestra misión de adoradores, precisamente como consecuencia de
la celebración y de la comunión eucarística y, sobre todo, como consecuencia
directa de aquella presencia perenne de Jesús en el sacramento, que va más allá
de la celebración y que provoca en cada uno de nosotros un sentimiento de
sobrecogimiento y de adoración. Es la presencia continua del Señor en el
sacramento, de lo que nos asegura la fe de la Iglesia. Una presencia del Señor
que provoca en cada una de nosotros esa acogida que Teresa describe con
imágenes y símbolos de cercanía y permanencia, las cuales producen entre
nosotros la sensación de alguien que entra en nuestro ámbito de vida y nos es
cercano:
-
Huésped, que nos conoce,
-
Amigo que está a nuestro lado y con el
que podemos conversar a solas,
-
Visita a nuestra casa, como a la de
Marta y María, y poderle escuchar,
-
Conversar con él como la samaritana
junto al pozo…
Todas estas expresiones
denotan la posibilidad que tenemos de mantener un dialogo con él y entablar una
conversación, que eso es la oración para Teresa. Porque es presencia amorosa,
amiga, y que en el fondo nos lo recuerda de forma excelente esta sacramental, porque
es más real, pero también aquella otra anterior y natural, la presencia
creatural por fe y ser imagen de Dios cada uno de nosotros.
Pero para Teresa es
aquí, convencidos de esta cercanía, donde está el ambiente más adecuado para lo
que ella considera esencialmente la oración cristiana: “tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien
sabemos nos ama” (Vida 8,5). Y no es un sentimiento pasajero, o una
convicción emocional. Se basa en la Escritura, y en la fe recibida y creída de
la Iglesia.
Así lo expresa como
convicción de acuerdo y conforme a la fe: “En
algunas cosas que me dijo entendí que después que subió a los cielos nunca bajó
a la tierra –si no es en el Santísimo Sacramento- a comunicarse con nadie” (Cuenta
13,10-11).
No hay por tanto más
mediación, en el tiempo posterior a la Pascua y hasta su venida final, que
aquella eucarística, como lugar de encuentro con Jesucristo.
Esta es la posada de él
y nuestra, donde necesariamente hemos de entrar y sentarnos, ponernos a sus
pies, a la escucha de su palabra, estar sólo pendientes de él. Dirá, por eso,
que es necesario el desocuparse de todas las cosas exteriores y entrarse con él
(Camino 34,7).
Y aquí Teresa es
maestra de la oración no sólo silenciosa, sino de aquella contemplativa,
gratuita, de alabanza, como la de los adoradores.
Se está delante de él y
con él, porque sí, como María de Betania, sin buscar más que eso, estar y
sentirnos cerca, mirarle a los ojos (la definición más bonita de la oración que
da Teresa): él nos mira y nosotros le miramos; que es mirada de amor por ambas
partes. Y por más inútil que parezca este ejercicio de amor contemplativo y
orante, es beneficioso porque sentimos la palabra salvífica de él, que nos sana
y nos cura, que nos anima… Y basta!
No hay que buscarle más
justificantes, sino el no perder nunca la conciencia o convicción de que no
estoy sólo, ni oro solo (no porque tenga otros a mi lado en el turno), sino que
nunca estoy solo porque necesariamente mi diálogo con él mira a toda la Iglesia
y al mundo. Aquello que dice el prefacio de la Plegaria eucarística IV: Y por nuestra voz las demás criaturas te
alaban… Es decir, ante Jesús, me siento servidor, ministro de alabanza, de
acción de gracias, de petición por mí, y por todos (incluso de los que no
creen), y lo hago en el corazón de la Iglesia que es el amor, y en el centro de
nuestra vida cristiana que es la Eucaristía.
Teresa, cuando está
convencida de esto y así se mueve oracionalmente y lo pone por obra, se lamenta
(se ríe) de aquellos que hubieran querido estar en el tiempo de Cristo y haber
sido contemporáneos suyos. No lo entiende, es un falso sentimentalismo, que
tiene poco de cristiano, porque “cuando
oía a algunas personas decir que quisieran ser/estar en el tiempo que andaba
Cristo nuestro Bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que teniéndole
tan verdaderamente en el Sacramento como entonces, que ¿qué más se le daba?” (Camino
34,6).
Fijaros que
espiritualidad y que mística más realista, ahora sólo en el sacramento, no
hemos de buscarle en otras partes; es la manera más segura y cierta de dar con
él.
Y para ella llega a
tanto esta convicción de la fuerza de su fe en la Eucaristía, y que allí Cristo
se nos da todo, todo de una vez, que en realidad bastaría solo una Misa para
santificarnos. Desde la parte de Cristo él se da sin reservas, siempre todo y
todo en cada celebración; pero desde nuestra parte, como históricos y humanos,
sometidos al crecimiento y al cambio, al progreso, no lo podemos asimilar de
todo una sola vez, necesitamos el asimilarlo poco a poco, paso a paso de ahí la
reiteración de la Eucaristía (cada vez…), pero sólo desde nuestra parte:
… pienso que si nos
llegásemos al Santísimo Sacramento con gran fe y amor, que de una vez bastase
para dejarnos ricas, ¡cuánto más de tantas! Sino que no parece sino
cumplimiento el llegarnos a él, y así nos luce tan poco (Meditaciones sobre los Cantares 3,13).
Bien la podemos
considerar a Teresa de Jesús maestra de participación en la celebración
eucarística, experta en sacar los frutos de la comunión, y adoradora del
misterio eucarístico en el sacramento dentro de la Iglesia, pero no menos
dentro de cada uno de nosotros, acabando de comulgar.
Y además nos damos
cuenta de que la mística cristiana –como en Teresa- no es un estado subjetivo,
abstracto, aislarse y quedarse en un espacio especial. La experiencia mística
cristiana, como vivencia fuerte de la fe, nace y depende de la fe profesada por
la iglesia y celebrada en la liturgia, sobre todo en la Eucaristía. Tiene el
apoyo sacramental que la libera de cualquier subjetivismo. Sin ese enganche
sacramental se cae en el peligro de perderse en el vacío y no tener vinculación
con Cristo.
Tendréis muchos santos
como modelos y maestros en vuestra misión y vocación de adoración eucarística,
pero en el caso de Teresa no sólo es el ejemplo, el testimonio, es que además
nos ha abierto el sentido de esta tarea y nos ha descrito la razón de estar y
sentarse junto a Jesús Eucaristía en la oración más pura y desinteresada que
puede haber, la de adoración y alabanza.
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