La hermandad de Santa Teresa de Jesús de Alba de Tormes editó en un folleto informativo un artículo publicado por la revista MIRIAM, nº 205 del P. Raimundo de la Transverberación, que a continuación transcribo.
El Papa en Alba de Tormes
I.
Las grandes fiestas de la venida del Papa, para
cerrar el IV Centenario de la muerte de Santa Teresa de Jesús delante de su
Sepulcro en Alba de Tormes, fueron el fruto perfectamente conseguido de una
organización muy bien preparada durante varios años.
A nivel nacional e internacional se iban concretando ideas
y deseos, que cuajaron en la Juntas, tanto civiles como eclesiásticas. Alba de
Tormes era el centro neurálgico donde coincidían todas las miradas, por ser el
lugar de su muerte y el sepulcro de Santa Teresa de Jesús. Pequeños conatos de
desvíos fueron en teoría fracasando. Al final se impusieron otras
circunstancias con las cuales la Divina Providencia realizó lo que en la
actualidad es ya historia.
Concretándonos a la Villa
Ducal, se formó muy pronto la Junta Local presidida por el Párroco, como
Presidente de la Hermandad de Santa Teresa, fundada hace un siglo por el Sr.
Obispo de Salamanca, y con el único objeto de dar culto a la Mística Doctora.
Fue necesaria esta Hermandad porque no existía entonces en
Alba comunidad de PP. Carmelitas, como consecuencia de la Exclaustración de
Mendizabal, y por estar la Iglesia y Cdad. De MM. Carmelitas bajo la
jurisdicción del Sr. Obispo.
Componían la Junta Local, además del Párroco, el Prior de
los Carmelitas y el Sr. Alcalde, secundados con todo entusiasmo por las fuerzas
vivas del pueblo. De aquí salieron muchas iniciativas, que al tener que
forzosamente pasar a través de la Junta diocesana hasta la Nacional y por ésta
a la Mundial, lo Local quedaba diluido en otros proyectos que no coincidían
muchas veces con los objetivos albenses. Esto producía muy grandes ayudas para
el conjunto del Centenario; pero también el cambio de miras e intereses,
producto de las realidades humanas. De
esta trama de objetivos vinieron para Alba agradables y desagradables
sorpresas.
Nos acompañaron el Cardenal Tarancón, presidente de la
Conferencia Episcopal, los prelados de la Archidiócesis de Valladolid, a la que
pertenecemos, los Duques de Alba, que tanto han intervenido durante los cuatro
siglos de teresianismo en la Villa y otras personalidades. Fue una reproducción
de aquel día glorioso cuando, desde la iglesia de san Pedro se trasladó el
Santísimo a la iglesia de las Madres- Fue también en este día cuando se
presentó, cantado por más de doscientas voces de distintos coros, de bandas de
Salamanca y Alba, el Himno del Centenario, que la diócesis de Salamanca ofrecía
a la Santa Doctora. Letra de Antonio Álamo
y la música de Constancio Palomo llenaron plenamente el teresianismo
albense.
La apertura solemnísima del Centenario, 14 de octubre de
1981, fue el fruto de la Junta Nacional a través de la Diocesana y Local. Se
esperaba para entonces la venida del Papa, pero el atentado sacrílego, hizo
retrasarla para el final. Vino en su nombre, como legado Pontificio el Cardenal
Ballestrero, para los Carmelitas, nuestro Padre Anastasio, antiguo General de
la Orden del Carmen Descalzo.
Entre las numerosísimas peregrinaciones que recibimos
durante el año centenal, destacaron las dos que los albenses realizaron desde
Medina del Campo a Alba, viniendo a pie cuatro días acompañando la imagen de la
Santa en un carro de mulas, repitiendo por carretera y pueblos las escenas que
puntualmente nos narra la historia. Alba repitió en estas dos ocasiones, al
principio y fin del Centenario, la llegada de la Santa a la Villa el 20 de
septiembre de 1582.
II.
La visita del Papa centraba todas las
expectativas. El entramado de la organización del Centenario, encuadrado en la
visita pastoral, redujo su estancia en la Villa a pocas horas y con muy
concretos actos. No había posibilidad de cambiar nada. Todo debía reducirse a
un encuentro general con la Diócesis de Salamanca y la visita al Monasterio
teresiano. Era, pues, necesario preparar un lugar amplio para acoger a las
multitudes que se acercarían a ver al Papa, procedentes de la provincia
salmantina y las colindantes de Cáceres, Zamora, Valladolid y Portugal. Se lamentó
por los extraños que Alba no tenía espacios suficientes. Dios los perdone. Los
conocedores de la Villa ofrecieron espacios para dos millones de personas
cómodamente colocadas. Junto a la antigua muralla y dominada por el torreón
ducal se extienda la vega del Tormes, llana coma la palma de la mano, siempre
verde y fecundad por el “sacro y claro
río”.
Los grandes poetas del
Renacimiento, Juan de Encina, Boscán, Garcilaso, Lope y Calderón entre otros
muchos, recibieron las visitas de las musas, después de yantar a las bien
abastecidas mesas de los duques en los amplios salones del castillo y palacio
ducal. Al ser en la actualidad propietario el ayuntamiento de Alba de varios
kilómetros cuadrados de estas llanuras, se pudo disponer a placer de este escenario
verde y llano rodeado de alamedas multicolores por la presencia del otoño
apacible.
Por un lado el río amplísimo por
la retención del pantano de Villagonzalo, por otro encuadrándolo todo, como un
inmenso anfiteatro las colinas coronadas de encinares siempre verdes y los
sembrados de pan llevar. La multitud de praderas animadas por la ganadería, no
siempre mansa de tierras de Alba. Cruzado todo por carreteras, que llegan a la
villa por diferentes direcciones, para atravesar unidas el cercano puente de cuatrocientos
metros de longitud.
Bastó solo acotar con vallas y
banderas el espacio escogido y colocar el hermoso conjunto de altar y tribunas
defendido por grandes toldos, para convertirlo en un ensueño de hadas. Con toda
precisión y arte se reservaron espacios para la imagen de la Santa y la
reliquia de su Santo Brazo. El trono papal, la tribuna para los obispos, los
lugares para enfermos, autoridades y representaciones, calles de accesos,
amplísimas, transformaron el bucólico ambiente. Un sol radiante y un céfiro que
movía suavemente las banderas hicieron que el contorno tan excepcional causara
tan grata sensación que nos preguntábamos si estábamos soñando.
Para facilitar la llegada de los
peregrinos se pusieron a su disposición trenes especiales y caravanas de coches
de línea, que bajaban y cogían las
personas continuamente en el mismo lugar de la concentración.
La propaganda y periódicos publicaron
planos detallados de carreteras y gráficos de las cercanías. Desde primera hora
de la mañana (1 de Noviembre) los lugares acotados se iban llenando. Las
fuerzas del orden y sanidad vigilaban cualquier incidencia.
III.
A las nueve de la mañana, después de la Misa
conventual del Monasterio carmelitano, se organizó la procesión con la reliquia
del brazo y la imagen vestida de la Santa llevando el birrete de oro, regalo de
España en el año 1922. Es la imagen que electriza a los albenses al salir de
clausura en las grandes solemnidades. El Corazón y el Sepulcro de la Doctora
esperaban dentro de la Clausura.
Antes de llegar a Alba los
peregrinos pudieron recibir el saludo confortador de las piedras anunciadoras
“Alba de Tormes, Sepulcro de Santa Teresa, Villa Ducal”. La Madre Teresa desde
sus estatuas: La del pantano, a veinte km. río arriba, la de la fuente de Santa
Teresa, a seis km. en la carretera de Salamanca, la de la fuente de Gajates y
Valdecarros, la de la plaza de Santa Teresa en la capital y la del monumento en
la misma entrada de Alba. La sonrisa de la Santa se lo agradecía.
Pudo el helicóptero papal posarse en el
mismo mullido césped de la pradera; pero se prefirió que descendiera en los
campos de deportes del Instituto y Escuelas de Concentración Comarcal. Desde
allí el Papa, después de saludar a las representaciones, bajó a la cercana Vega
en el “Papa-móvil”.
El entusiasmo del gentío era tal que el
Papa, con su bondad acostumbrada, tuvo que pedir, que le dejasen hablar también
a él.
Después del saludo del Sr. Obispo de la
Diócesis habló Juan Pablo II. Representaba aquella multitud no solamente a Salamanca
y su provincia; era, como se dijo en la prensa, el encuentro con el mundo
agrario español, con su sinceridad y cariño- en ese encuadre se explica lo de
las moscas. En Alba hasta las moscas
acudieron a recibir al Papa. Unas veinte se posaron en la blancura de sus
vestidos, claramente vistas en la tele.
Pero era también la ciudad de los estudios
la que estaba allí. Dos escenas humanas llenaron el ambiente de ternura; la
madre de un joven universitario l ofreció al Papa la capa de la tuna de su
casto y buen hijo, que al morir le había encargado a ella se la entregase a Su
Santidad con estas palabras:” Santo Padre, te dejo mi capa que nunca manché”.
La tele se gozó en transmitir esta escena con toda lentitud. Otra ofrenda preciosa,
entre las de los frutos del campo fue el ramo de flores de una niña que nació
cuando tocaban las campanas de las monjas en la novena de la Santa el mismo día
en que fue elegido el Cardenal Wojtyla como Sumo Pontífice.
Por fin Su
Santidad subió al Sancta Santorum del teresianismo mundial, al Monasterio teresiano. A la entrada de la iglesia fue
recibido por el P. General de la Orden y los Carmelitas, que le acompañaron
hasta el altar mayor. En la iglesia había grandes espacios reservados para el
cortejo papal, los obispos, los padres carmelitas y la familia de los duques.
Allí, ante el sepulcro de la Santa, vimos con lágrimas de alegría a Juan Pablo
II arrodillado y recogido profundamente. La mano suave del maestro de
ceremonias tuvo que recordarle, que era la hora de subir al camarín, donde
descansa el cuerpo incorrupto.
En el Trono del
presbiterio nos regaló la última enseñanza teresiana y serró el Centenario. Los
discursos son de todos conocidos. Como recuerdo en Alba nos dejó la frase: “El
hombre vale por lo que es, no por lo que tiene”.
Era el día más
grande de la historia de Alba después del glorioso en que murió la Santa. Ya
casi oscurecido salió en coche el Papa para Salamanca, distante 20 Km.
Al volver la
procesión ya muy de noche entre cánticos y aclamaciones, cerrados en la
clausura el brazo y la imagen, la Villa volvió otra vez a su reposada
vigilancia del sepulcro con la alegría del deber cumplido.
20-XII-1982.
Alba de Tormes. Raimundo de la Transverberación.
Hinmo Diocesano del IV Centenario de
Santa Teresa